Al hilo de la reciente publicación de su flamante nuevo disco, “Nuevo color”, editado en Cd por Rock Indiana y en vinilo por Vinylroute, rescatamos este texto de Pablo Carrero sobre Mamá extraído del libro “Humildad y paciencia” (66 RPM Ediciones, 2019).
Conocí a José María Granados en 1997. Mamá, que había sido, junto a Nacha Pop, mi grupo favorito de la nueva ola madrileña, allá por los primerísimos años ochenta, llevaban años fuera de circulación.
Por motivos diversos, relacionados básicamente con la muy desafortunada elección de sendos productores evidentemente ajenos a lo que el grupo se proponía, los dos discos que Mamá habían sacado en la multinacional Polygram habían sido un fiasco -mi copia en casete del primero, “El último bar”, no obstante, estaba arrasada de tanto pincharla en mi walkman- y, muy frustrados ante tan grandes fracasos, decidieron desistir.
Casi tres lustros más tarde, y después de algunas modestas aventuras en distintos proyectos, Mamá se reunieron en la sala El Sol para dar un concierto memorable y grabarlo para editar el correspondiente disco en directo.
Polygram había aireado razonablemente el asunto y hasta se gastó una pasta en una edición muy lujosa del disco, con una caja muy pintona y apañada destinada sobre todo a complacer a chupópteros plumillas como un servidor. Pero cuando llegó el momento de ponerlo en las tiendas y, sobre todo, de hacer algo de promoción, los medios humanos y económicos de la compañía estaban en algún otro lugar, con objetivos más claramente rentables, de manera que en muchos casos el encargado de hacer los correspondientes envíos promocionales terminó siendo nada más y nada menos que el mismísimo José María Granados.
Yo hacía entrevistas, críticas de discos y reseñas de conciertos para el ABC, que era un periódico muy de derechas pero que, desde muy al comienzo de los años ochenta se había distinguido por atender a lo que sucedía en la prolífica escena musical del momento.
Después de haber hablado por teléfono, lo cual ya me hizo ponerme a temblar como un adolescente en su primera cita, José María se presentó en mi casa del barrio de Prosperidad con uno de aquellos ejemplares. Charlamos un rato breve al respecto. Me contó que su compañía discográfica no tenía aquel lanzamiento entre sus prioridades pero que a él le parecía que valía la pena tratar de empujar un poco con la promoción… y que precisamente por eso estaba él allí. Fue, en efecto, un encuentro breve, pero, joder, un encuentro con José María Granados, uno de los mejores compositores de la escena nuevaolera madrileña, un movimiento que para mí era -y es- particularmente significativo. José María fue quien compuso «Nada más» y «Ya no volverás», y «El último bar», “Hora punta en el metro” y «Escóndete» y… muchas, en fin, de mis canciones favoritas de cuando yo era un imberbe quinceañero y ávido oyente de la radio, en proceso de formación musical y emocional.
Se marchó rápidamente y me dejó ahí sentado, con una bobalicona sonrisa en los labios y aquel flamante nuevo Cd entre mis manos. El disco, en el que Mamá trataban de ponerse un poco al día subiendo el volumen de las guitarras y con unos arreglos bastante más rockeros que los de los viejos -y buenos- tiempos, no está precisamente entre mis favoritos, pero es un álbum al que tengo particular aprecio porque fue en cierto modo el prólogo de la que muchos años más tarde sería la entrada de Mamá en el catálogo de Rock Indiana, en el que tienen ya un buen puñado de maravillosos discos de electrizante, magnética, vibrante y poderosa música pop.
Precisamente por esas fechas -o muy poco después-, Fito Feijoó, Pepe Palau y yo mismo habíamos dedicado unas cuantas noches de insomnio a la redacción de la «Guía Esencial de la Nueva Ola Española». Al parecer, la entrada correspondiente a Mamá, escrita a cuatro manos por Fito y por mí -ambos muy devotos del primer disco del grupo y, más aún, de sus primeras maquetas- había sido del gusto de José María y de Manolo Mené, con quienes cierto día nos citamos para hablar de un proyecto largamente ansiado por los primeros fans del grupo: la edición de un disco con aquellas maquetas algo rudimentarias pero que mostraban al grupo tal y como era, sin los edulcorantes y artificiosos arreglos de sus álbumes oficiales.
Como casi siempre, el acuerdo fue fácil y rápido y, después de un relativamente complejo proceso de recopilación de cintas de diversa procedencia y de la correspondiente masterización, mandamos a fábrica «El show empieza: las maquetas», un álbum fantástico en el que la legendaria banda madrileña mostraba el chispeante empuje del que en gran medida habían sido privados «El último bar» y «Mamá», los dos álbumes de la primera época. Un álbum formidable y necesario, pues, con el logo de Rock Indiana en su contraportada. Muchos -pero muchos de verdad- han sido los seguidores de la banda que nos han hecho saber cuán agradecidos estaban por tan oportuno y sustancioso rescate. Y es que es una delicia escuchar maravillas como «El figurín», «Regresas a casa a las diez», «Escóndete», «Ligarse a Vicky», «Hora punta en el metro» y otras muchas dotadas del poderío guitarrero y la frescura que derrochan estas grabaciones. Hasta las canciones del denostado segundo disco de grupo parecen otras y resultan ciertamente disfrutables.
Rock Indiana editó ese disco espléndido y José María Granados encontró, poco después, su nueva escudería en esta casa. Un buen día -bueno de verdad- José María me dio un telefonazo y una estupenda sorpresa. Después de haber estado al frente de Mamá y de otros proyectos ciertamente atractivos pero que pasaron más desapercibidos (Los Restos, Los Frenillos o La Banda Sin Futuro) José María había reunido unas cuantas canciones de su producción reciente y las había grabado con la ayuda de su amigo el guitarrista y bajista Eduardo Font.
“Suena así», la primera -y maravillosa- colección de canciones que ponía en circulación bajo su nombre, arrancaba una carrera en solitario que dio otros tres álbumes igualmente recomendables, además de un recopilatorio.
Lo pasamos realmente bien sacando los discos de José María y organizando unos cuantos conciertos de cuando en cuando en Clamores, Moby Dick y otras salas del circuito madrileño, acompañándole a la radio, gestionando entrevistas para el Ruta, el ABC o El País…
Estamos más que orgullosos de haber sacado todos esos discos, enormemente valiosos, creo, porque no solo confirman a un compositor sobresaliente, sino que descubren a un letrista espléndido, que combina sensibilidad, ironía, delicadeza, sentido del humor y, por momentos, una saludable dosis de mala hostia. Cuando, con catorce o quince años, escuchaba las canciones de Mamá en diversos programas de Onda 2 -y las grababa y volvía a escuchar una y mil veces- me encantaban sus letras. Rebosantes de frescura y pasión típicamente juvenil, retrataban con cierta inocencia modestas escenas costumbristas de la despreocupada vida adolescente: chicas, bares, fiestas, personajes de la noche… Mi favorita, por cierto, es «El último bar», que por algo era la que cerraba su primer álbum y daba título al mismo. Las letras de José María estaban muy bien ya entonces, pero se vuelven mucho más ricas, completas, osadas y atractivas en sus álbumes en solitario y, posteriormente, en la segunda y brillante etapa de Mamá.
Ya en 2009 se hacía realidad otro sueño indiano. Cansado de bregar en solitario, liderando un grupo de excelentes músicos pero inevitablemente no tan comprometidos e implicados en el asunto como hubiera sido deseable, José María advirtió que las canciones en las que estaba trabajando tenían una íntima conexión con lo que fue Mamá en su momento, es decir, que parecían un puente perfecto a lo que podrían ser Mamá en el siglo XXI. Cuando me comentó la idea me pareció que no podía ser más acertada.
Desafortunadamente, Manolo Mené ya no estaba por aquí para unirse a la fiesta (cosa que, estoy seguro, habría hecho sin dudarlo). Un traicionero infarto se lo llevó por delante mientras impartía una de sus clases de guitarra, una de las ocupaciones que compartía con las de músico de estudio, guitarrista de gira para artistas del más diverso pelaje o el intento de desarrollo de sus propios proyectos. Conocí a Manolo cuando editamos el disco de maquetas de Mamá. Tuvimos poca relación pero le cogí verdadero afecto desde el primer momento. Era un tipo alegre, dinámico y entusiasta.
Carlos Rodríguez (bajista), que también había seguido trabajando como músico de estudio y productor, y Miguel Gutiérrez (batería) sí estaban en la órbita de José María y cuando este les enseñó algunas de aquellas canciones no hicieron falta grandes explicaciones para que entendieran que lo que allí había no era otra cosa que, casi tres décadas después, un nuevo disco de Mamá.
A Fito y a mí la noticia nos pareció formidable. No soy particularmente partidario de los regresos de bandas que llevan largo tiempo en el dique seco. Los motivos para su vuelta no suelen ser los mejores y los resultados, tres cuartos de lo mismo. Pero Mamá lo dejaron, se vieron forzados a dejarlo, cuando no habían hecho más que empezar, cuando su talento no había dado lo mejor de sí mismos. Es verdad que habían escrito y grabado “Nada más” –una canción que bien podría haber arrebatado el papel de emblema de una generación que sí se atribuyó a “Chica de ayer”, por ejemplo-, que habían hecho un primer álbum espléndido a pesar de su tramposa y fallida producción. Pero el imperdonable despiste de su compañía discográfica y quizá la falta de personalidad del propio grupo a la hora de imponer sus propios criterios hicieron que “Mamá” –segundo álbum, lastrado por la nefasta producción de Luis Cobos- fuera un fracaso a nivel artístico –no tenía nada que ver con la esencia del grupo, con su vigor guitarrero y su frescura en directo- y comercial: la apuesta por un sonido más accesible y al compás de los tiempos no fue entendida por nadie. Al público que les seguía hasta entonces no le gustó el golpe de timón. La idea no era, seguramente, aumentar ese público, sino cambiarlo por otro, más amplio y heterogéneo. Pero no hubo tal cambio. De nada valieron las cuñas en “Los 40 principales” –recuerdo cómo dolía escuchar aquello de “Los cuarenta… ¡síguelos!”, cuando para nosotros emisoras como aquella eran la mismísima encarnación del mal- ni la desenfocada –y, por cierto, poco entusiasta- campaña promocional que la compañía había diseñado y que no solo no logró captar al hipotético nuevo público al que perseguía, sino que desanimó al que ya apoyaba al grupo desde los tiempos de “El último bar”. Es significativo y revelador el comentario de José María Granados sobre el primer single extraído del álbum, “Síguelo”, en las notas que escribió para el recopilatorio de maquetas que en Rock Indiana sacamos en el año 2000: “La canción se llamaba ‘Toca seguir’, pero pasaba por allí Luis Cobos y de pronto nos encontramos fliplando en las discotecas de Ibiza. Se transformó luego en reiterativa sintonía de Los 40 Principales y probablemente en una de las causas de la separación de la banda”.
El caso es que, efectivamente, las tensiones derivadas del soberano despiste de su compañía de discos y las diferentes perspectivas con las que cada miembro del grupo abordaba el asunto acabaron por dinamitar el corazón del mismo y en pocos meses Mamá daban por cerrado su breve periplo en la primera línea del pop madrileño.
Sin embargo, después de un buen montón de vueltas de la vida, el grupo regresaba a la palestra en 2009 y lo hacía con un disco fabuloso, “La mejor canción”… ¡editado por Rock Indiana! Un disco que, con un sonido poderoso y eléctrico, resultaba enormemente coherente y que, en cualquier caso, aportaba un buen puñado de fantásticas canciones de regusto eminentemente clásico y pegada inmediata.
Como se ha dicho unas líneas antes, merece mucho la pena detenerse un poco en las letras de José María Granados, tanto en solitario como en sus discos con Mamá. Aquí hay unas cuantas sobresalientes, pero desde el principio me quedé con “La mejor canción”, una preciosa balada –bastante dylaniana- en la que su autor brinda por el viaje más que por el destino, obsesionado con buscar la mejor canción, más que con dar con ella: “vivo atrapado en este laberinto y mientras busco me lo paso bien, y no me importa, aunque jamás la encuentre no la olvidaré”.
El disco fue un modesto éxito. Hicimos unas cuantas entrevistas, los conciertos de presentación se llenaron, salieron críticas entusiastas y vendimos lo que entonces era una razonable cantidad de discos. Pero, sobre todo, pusimos –ellos mismos y nosotros- a Mamá de nuevo en el mapa. Y eso fue maravilloso.
Mamá han continuado sacando discos y actuando regularmente en directo. Sin prisas, sin tensiones, sin presiones, el cuarteto alumbra cada cierto tiempo verdaderas joyas de pop atemporal que son la delicia de cualquier aficionado a las melodías y las guitarras de sabor eminentemente clásico.
Pablo Carrero