Como para la gran mayoría de los grandes músicos de los 60, los años 80 no fueron una buena década para Roger McGuinn. Los Byrds eran una reliquia del pasado y ni a la industria ni a los medios ni al público parecían importarle las andanzas de un McGuinn en horas bajas, que se limitaba a tocar ocasionalmente en solitario.
Sin embargo, la década de los 90 empezó con un giro radical de la situación. Para empezar, en una época en la que todavía este tipo de ediciones eran una rareza, el sello Legacy (etiqueta de Columbia especializada en reediciones de clásicos) puso en circulación un fantástico “box set” con cuatro compactos y un atractivo libreto dedicado a los Byrds, lo que animó a McGuinn a embarcarse en el proyecto de grabación de un disco ciertamente ambicioso. Después de escuchar las grabaciones caseras de las maravillosas canciones que había compuesto en los últimos tiempos, Arista decidió apostar fuerte y contrató un plantel de auténtico lujo para la grabación de un álbum formidable, verdaderamente recomendable, desde luego, para los seguidores de los Byrds, pero también para cualquier aficionado a la música pop.
Así, en el estudio McGuinn coincide con Tom Petty y alguno de sus Heartbreakers, sus viejos camaradas Chris Hillman y David Crosby o Elvis Costello, entre otros, abordando un repertorio dominado por temas propios (compuestos junto a su mujer Camila), pero en el que también se incluyen aportaciones de Costello y Tom Petty, además de una fabulosa versión del glorioso “If we never meet again” de Jules Shear.
El resultado es un disco espléndido, en el que sobresalen la voz y la característica guitarra Rickenbaker de doce cuerdas de McGuinn, recuperando y poniendo al día la esencia de los Byrds con un conjunto de canciones ciertamente brillantes. Esta que os dejamos aquí –una de las dos que fueron extraídas como sencillos- es solamente una muestra, ya que se trata de un disco de notable alto de principio a fin.
Pablo Carrero