Abrimos una nueva sección en vuestro webzine favorito en la que iremos recuperando discos editados por Rock Indiana en distintos momentos de su ya ciertamente dilatada trayectoria. Para empezar por el principio –o casi-, os ofrecemos hoy estos apuntes sobre el primer álbum de los Protones, toda una institución indiana, basados en textos incluidos en “Humildad y paciencia”, el libro que editó el pasado año 33RPM Ediciones a propósito de los primeros 25 años de actividad del sello.
Rock Indiana acababa de echar a andar y todo pintaba mejor que bien. Hacía solo unos meses que los Protones habían debutado con “Footsteps”, el Ep que se vendía junto con el número 0 del flamante nuevo fanzine “Rock Indiana” y los 1.200 ejemplares que habíamos prensado habían volado.
Tan contentos estábamos con aquel primer Ep, con la contundencia y efervescencia de su directo, con las buenas críticas que se habían publicado, con la sensación que estaban generando de ser uno de los grupos del momento, que nos pusimos manos a la obra para sacar su primer álbum lo antes posible.
Después de barajar algunas opciones reservamos unos cuantos días en La Factoría (el estudio de los Hermanos Dalton) y alquilamos un apartamento en Chiclana (a unos pocos kilómetros de San Fernando, donde estaba el estudio) para pasar las vacaciones de Semana Santa. Fue muy intenso, emocionante y divertido, y tanto el grupo como el equipo directivo de Rock Indiana al completo disfrutamos mucho de aquellos días en los que combinamos playa, tortillitas de camarones y rock and roll, aprovechando, además, para estrechar lazos con los Hermanos Dalton, tipos formidables y singulares, devotos de Paul Collins y los Knack, pero también (al menos alguno de ellos) de Camarón de la Isla.
A pesar de que el sonido no resultó todo lo contundente que hubiéramos querido, el disco que salió de allí es una maravilla que se alineaba perfectamente con la oleada power-punk-popera que se desarrollaba, sobre todo, en la escena alternativa americana (Green Day, Parasites, Bum, Queers, Vacant Lot…) Seguramente, a los Protones les hacía falta todavía algo más de rodaje y el sonido no es el mejor de los posibles, pero la batería de canciones es absolutamente arrolladora y una oleada de optimismo y estimulante energía juvenil inunda los surcos del álbum desde el primer hasta el último acorde.
Prensamos un montón de copias en vinilo y otro montón aún mayor en Cd y empezamos a distribuirlas (en aquellas fechas trabajábamos con Comforte, la distribuidora de Munster, que se forró, muy poco después, vendiendo miles y miles de discos del sello californiano Epitaph, sobre todo el “Smash” de Offspring, que llegó a vender quince millones de copias en todo el mundo) y a mandarlas a la radio y a todo periódico o revista que se nos ponía a tiro. Conseguimos muchísimas reseñas en todas partes y absolutamente todas eran buenísimas. Y todas bien merecidas.